CUENTOS DE TERROR
DE NOCHE
Era pasado de media noche, y no podía dormir, las persianas de la ventana se mecían haciendo un ruido monótono, estaba sola, prendí la televisión para sentirme un poco acompañada y para que me diera luz, ya que dormía con todos los focos de la casa completamente apagados y porque sentía escalofríos por todo el cuerpo no entendía por que, ya que en lo menos que podía pensar era en un fantasma, pues no creo en eso, de repente se escuchó un ruido, no supe si era dentro o fuera de la casa, pero me di cuenta que la ventana estaba cerrada y las persianas seguían meciéndose en forma escalofriante, un frio tremendo empezó a invadirme, me quise parar y mi cuerpo no respondió, no le tenía miedo a espíritus sino a vivos y me puse a pensar que alguien se había metido a la casa, no podía moverme, la puerta de la recamara estaba cerrada con doble cerrojo y de pronto se empezó a abrir lentamente, yo seguía paralizada seguro que el que el maleante que se metió traía llave maestra, de pronto pude moverme y de un brinco abrí la puerta del baño que está un lado de mi cama y me encerré en el, me agazapé en una esquina, no quería ni respirar, agarré una varilla en una mano y el celular en la otra, lista para hablarle a la policía, seguí con el oído pegado a la puerta a escuchar los ruidos, pero no oía nada porque dejé prendida la televisión, lo único que se escuchaba era el programa de ventas que pasan por las noches, de pronto la televisión dejó de escucharse, pensé que habían botado las palancas de la corriente eléctrica y casi pego un grito, marque el número de la policía pero no me atrevía a hablar para que no me escucharan, así es que colgué, me di cuenta que la luz no se había ido porque por la ventanita del baño me llegaba la luz del poste de la calle.
De repente escucho un ruido en la puerta del baño donde me encontraba un pequeño ruido en la parte de debajo de la puerta, como que rascaban y rascaban, sentía que me ahogara de terror, no supe más de mí, perdí el conocimiento por quien sabe cuanto tiempo.
Al despertar había amanecido, pero seguí por mucho rato dentro del cuarto de baño con la varilla en la mano, y con la oreja pegada a la puerta, pero no escuchaba nada.
Al fin me atrevo a salir dispuesta a cualquier cosa, despacito, muy despacito abro la puerta y me encuentro con que…
La puerta de la recamara estaba abierta pero… todo estaba en su lugar.
Salí de la recamara pero no encontré nada, la puerta principal estaba bien cerrada, la de la cocina también, el portón de la cochera estaba bien cerrado como yo lo había dejado.
No entiendo que pasó, quisiera pensar que me lo imaginé, pero si fue así por que la puerta de mi recamara si estaba abierta y la televisión apagada, sin que se hubiera ido la luz.
Publicado por Refu
FIN
Una amiga me había invitado a cenar en su Casa. Ella vivía con sus padres y sus tres hermanos. Durante la cena sus hermanos no me sacaron la vista de encima; los tres estaban serios, con cara de pocos amigos, supongo que creían que les correspondía oficiar de “Guardianes” de su hermanita.
Sus padres, un poco menos hostiles, conversaron bastante y hasta rieron con mis ocurrencias y anécdotas.
La Casa estaba rodeada por viñedos. Un camino de unos diez metros de ancho, se habría paso entre las vides hasta llegar a una calle rural; el camino tendría unos doscientos cincuenta metros de largo.
Después de una sobremesa corta, sus padres comenzaron a bostezar; enseguida entendí el mensaje. Me levanté y les dije:
- Estuvo muy rica la comida. Tengo que caminar bastante, así que mejor me voy ahora.
Cuando me marché toda la familia salió al frente de la Casa.
- Papá, si me prestas el Auto lo arrimo hasta su Casa - dijo mi amiga.
- La noche está lindísima, seguro que él quiere irse a pie ¿Verdad? - le contestó el Padre y me miró.
- Sí, la noche está linda, me voy a pie. ¡Que pasen bien!
El camino que cortaba el viñedo no era recto; no me había alejado mucho cuando dejé de ver la casa. La noche era clara, había Luna llena. Soplaba algo de viento y las vides se agitaban y producían un rumor muy particular, como si sus hojas fueran
de papel.
Como por la mitad del camino, comencé a escuchar un silbido, alguien silbaba una canción. Las vides tenían hojas sólo en su parte superior; creí que si me agachaba vería las piernas del silbador, el sonido venía de cerca. Sólo vi los delgados y retorcidos
troncos de las vides, y las estacas que las sujetan. Aquel sonido venía desde el lado derecho del camino, y de un instante a otro venía del lado izquierdo.
El silbido era extraño, reverberaba como si el silbador estuviera en un lugar cerrado y con buena acústica, no en medio de un viñedo.
Estaba por echarme a correr cuando vi las luces del Auto; mi amiga se había impuesto a su Padre y había tomado el Auto. Cuando subí ya no escuchaba el silbido.
Ya íbamos por la calle, cuando ella, al notarme muy callado, me preguntó:
- ¿Escuchaste o viste algo raro cuando ibas por el camino?
- Escuché un silbido que me heló la sangre en las venas, todavía estoy temblando.
- ¡Ay perdón! No te había dicho nada porque no me ibas a creer. Mi familia no me cree, no se porqué, sé que también ellos han escuchado ese silbido, pero dicen que me lo imagino. Suena igual a lo que silbaba un tipo que murió en el viñedo.
- ¿Un tipo murió en el viñedo? - le pregunte.
- Sí, el trabajo un tiempo allí. A mi no me gustaba mucho, siempre me miraba.
- ¿Y tu familia notó que el tipo te miraba?
- Supongo que si - me contestó.
- Y un día apareció muerto en el viñedo - le dije.
- ¿Qué quieres decir con eso? No estarás insinuando que mi familia…
- ¡No, no, claro que no!
Sus padres, un poco menos hostiles, conversaron bastante y hasta rieron con mis ocurrencias y anécdotas.
La Casa estaba rodeada por viñedos. Un camino de unos diez metros de ancho, se habría paso entre las vides hasta llegar a una calle rural; el camino tendría unos doscientos cincuenta metros de largo.
Después de una sobremesa corta, sus padres comenzaron a bostezar; enseguida entendí el mensaje. Me levanté y les dije:
- Estuvo muy rica la comida. Tengo que caminar bastante, así que mejor me voy ahora.
Cuando me marché toda la familia salió al frente de la Casa.
- Papá, si me prestas el Auto lo arrimo hasta su Casa - dijo mi amiga.
- La noche está lindísima, seguro que él quiere irse a pie ¿Verdad? - le contestó el Padre y me miró.
- Sí, la noche está linda, me voy a pie. ¡Que pasen bien!
El camino que cortaba el viñedo no era recto; no me había alejado mucho cuando dejé de ver la casa. La noche era clara, había Luna llena. Soplaba algo de viento y las vides se agitaban y producían un rumor muy particular, como si sus hojas fueran
de papel.
Como por la mitad del camino, comencé a escuchar un silbido, alguien silbaba una canción. Las vides tenían hojas sólo en su parte superior; creí que si me agachaba vería las piernas del silbador, el sonido venía de cerca. Sólo vi los delgados y retorcidos
troncos de las vides, y las estacas que las sujetan. Aquel sonido venía desde el lado derecho del camino, y de un instante a otro venía del lado izquierdo.
El silbido era extraño, reverberaba como si el silbador estuviera en un lugar cerrado y con buena acústica, no en medio de un viñedo.
Estaba por echarme a correr cuando vi las luces del Auto; mi amiga se había impuesto a su Padre y había tomado el Auto. Cuando subí ya no escuchaba el silbido.
Ya íbamos por la calle, cuando ella, al notarme muy callado, me preguntó:
- ¿Escuchaste o viste algo raro cuando ibas por el camino?
- Escuché un silbido que me heló la sangre en las venas, todavía estoy temblando.
- ¡Ay perdón! No te había dicho nada porque no me ibas a creer. Mi familia no me cree, no se porqué, sé que también ellos han escuchado ese silbido, pero dicen que me lo imagino. Suena igual a lo que silbaba un tipo que murió en el viñedo.
- ¿Un tipo murió en el viñedo? - le pregunte.
- Sí, el trabajo un tiempo allí. A mi no me gustaba mucho, siempre me miraba.
- ¿Y tu familia notó que el tipo te miraba?
- Supongo que si - me contestó.
- Y un día apareció muerto en el viñedo - le dije.
- ¿Qué quieres decir con eso? No estarás insinuando que mi familia…
- ¡No, no, claro que no!
Publicado por Jorge Leal
La ducha
Eve
Le resultaba extremadamente molesto cuando el tubo fluorescente de luz estaba a punto de llegar al fin de su período útil. Es en ese momento cuando comienza a parpadear, y el baño se transforma en un pub nocturno.
La luz fluorescente comenzó a titilar en el preciso instante en el que ella estaba bañándose, justamente mientras mantenía los ojos cerrados para evitar que el champú le irritara los ojos. Se enjuagó la cara y entre flashes terminó de bañarse.
Una de las cosas que odiaba de vivir sola era no tener conocimientos sobre electricidad. Y no contar con alguien que le alcanzara la toalla en caso de habérsela olvidado. Para completar su mala suerte, el tubo fluorescente comenzó a fallar cada vez más, haciendo que los intervalos de oscuridad fueran más largos que los de luz cegadora y, efectivamente, había olvidado las toallas; salir completamente mojada de la ducha en busca de algo para secarse no era una idea que le agradara.
Corrió la cortina de baño y entre el parpadeo confundió la base del lavabo con un par de… efectivamente el defecto del tubo luminiscente estaba dañando su visión –se dijo. Resbaló con sus pies mojados y rozó algo áspero en la oscuridad, pisó un zapato. Maldijo por lo bajo: había mojado sus mocasines de gamuza, ¡demonios! –protestó. En el tropezón y el cuidado por no pisar de nuevo los zapatos se desorientó en la oscuridad. Estiró la mano a tientas para encontrar el picaporte de la puerta, o al menos el interruptor para así evitar chocarse con el lavabo. Con un tic la luz volvió a encenderse… se vio frente al espejo, su reflejo le devolvió un torso aún enjabonado; volvió a maldecir por lo bajo. Otro tic y otra vez oscuridad. Pero ya podía ubicarse, la puerta estaba justo a su derecha, tan sólo con estirar un poco el brazo alcanzaría a abrirla.
Fue entonces cuando descubrió que no era una falla del tubo fluorescente. Era una broma sin gracia. Había visto un par de piernas, sí, y había pisado unos zapatos, pero no eran los suyos. Su captor estaba jugando con la luz, simplemente como una estrategia para que ella saliera de la ducha. Lo reconoció. Pero no reaccionó.
En su rostro quedó congelada una expresión de confusión. No se había convencido de lo que había visto. Ese era el plan. Entonces prendió la luz; tardó en encenderse, y durante el incesante titilar él la electrocutó. La muerte fue instantánea, descalza y con los pies mojados la electricidad recorrió su cuerpo en una fracción de segundo, tiempo suficiente para detenerle el corazón.
Pero no contento con ello, tuvo que aprovecharse de ella también. La última vez.
Conclusiones de las primeras pericias: muerte por accidente. Electrocutada. Interruptor en malas condiciones. ¿Violación? Descartada. No había restos de semen. Surgieron otras hipótesis. Investigación en curso.
Violador en libertad.
La luz fluorescente comenzó a titilar en el preciso instante en el que ella estaba bañándose, justamente mientras mantenía los ojos cerrados para evitar que el champú le irritara los ojos. Se enjuagó la cara y entre flashes terminó de bañarse.
Una de las cosas que odiaba de vivir sola era no tener conocimientos sobre electricidad. Y no contar con alguien que le alcanzara la toalla en caso de habérsela olvidado. Para completar su mala suerte, el tubo fluorescente comenzó a fallar cada vez más, haciendo que los intervalos de oscuridad fueran más largos que los de luz cegadora y, efectivamente, había olvidado las toallas; salir completamente mojada de la ducha en busca de algo para secarse no era una idea que le agradara.
Corrió la cortina de baño y entre el parpadeo confundió la base del lavabo con un par de… efectivamente el defecto del tubo luminiscente estaba dañando su visión –se dijo. Resbaló con sus pies mojados y rozó algo áspero en la oscuridad, pisó un zapato. Maldijo por lo bajo: había mojado sus mocasines de gamuza, ¡demonios! –protestó. En el tropezón y el cuidado por no pisar de nuevo los zapatos se desorientó en la oscuridad. Estiró la mano a tientas para encontrar el picaporte de la puerta, o al menos el interruptor para así evitar chocarse con el lavabo. Con un tic la luz volvió a encenderse… se vio frente al espejo, su reflejo le devolvió un torso aún enjabonado; volvió a maldecir por lo bajo. Otro tic y otra vez oscuridad. Pero ya podía ubicarse, la puerta estaba justo a su derecha, tan sólo con estirar un poco el brazo alcanzaría a abrirla.
Fue entonces cuando descubrió que no era una falla del tubo fluorescente. Era una broma sin gracia. Había visto un par de piernas, sí, y había pisado unos zapatos, pero no eran los suyos. Su captor estaba jugando con la luz, simplemente como una estrategia para que ella saliera de la ducha. Lo reconoció. Pero no reaccionó.
En su rostro quedó congelada una expresión de confusión. No se había convencido de lo que había visto. Ese era el plan. Entonces prendió la luz; tardó en encenderse, y durante el incesante titilar él la electrocutó. La muerte fue instantánea, descalza y con los pies mojados la electricidad recorrió su cuerpo en una fracción de segundo, tiempo suficiente para detenerle el corazón.
Pero no contento con ello, tuvo que aprovecharse de ella también. La última vez.
Conclusiones de las primeras pericias: muerte por accidente. Electrocutada. Interruptor en malas condiciones. ¿Violación? Descartada. No había restos de semen. Surgieron otras hipótesis. Investigación en curso.
Violador en libertad.
2da guerra mundial.
Marros se levantó mirando al cielo. Pensó que estaba soñando pero al ver el campo de batalla vio la realidad.
Algo brilló en medio del mismo, era como una luz, se dirigió con su fusil al lugar tomando las precauciones del caso. Al arribar se percató que había un niño que paseaba sin problemas.
Gritó: -"¡Niño sal de ahí, pueden herirte!".
El niño levantó su cara sencilla y sonriente, le dijo:
- ¿Por qué? No he hecho nada malo, solo ayudo a los muertos.
- ¿Cómo puedes ayudarlos si están muertos?.
- Ah, ¿si lo estuvieras lo sabrías?.
Marros quedó pensativo, luego dijo:
- Tú eres un ángel.
Y el niño sonriendo respondio:
- "Ves, ya sabes como ayudo a los muertos".
LA MANO
Había visto muchas veces aquella hermosa mano, siempre jugueteaba con ella en las tardes lluviosas de otoño, y mientras el viento lacerante soplaba en la calle, yo acariciaba con suavidad la mano, su mano. Su piel era tan suave, pálida y aterciopelada, y me pasaba horas recorriendo las líneas de la palma o el contorno de las venas con la punta de mis dedos. En ocasiones la cubría totalmente, y la besaba, porque sabía que le gustaba, mis labios no dejaban de humedecer los estilizados dedos y toda la mano. Era simplemente ella, la mano, y ahora mismo la recuerdo sentado en esta celda.
Me viene a la mente como si todavía la tuviera, y solo con recordar su piel, oh su piel , me estremezco, pero aquí no puedo pensar. Ya no sé que va a ser de mí, porque aunque estoy condenado a muerte ya estoy muerto, pues sin ella, sin mi mano, no soy nada, y me diluyo coma el viento en la mañana. como la lluvia en el desierto. No soy nada. Mi mano... Si por algo más que un amor, otros como yo mataron, y destruyeron, y realizaron actos de increible crueldad, ¿qué no haría yo por esa mano?
Pero... ya lo hice, y por ello me pudro en esta oscuridad malsana. Mi vida no tiene sentido, y escribo estas últimas palabras en la sucia pared de mi celda, como el incompleto testamento de un hombre enamorado. Pero, Dios del Cielo, ¿es pecado amar una mano, y asesinar por tenerla? Ya se acercan los carceleros y ya llega mi hora...me reuniré con la mujer a la que corté la mano y asesiné solo por amor...por su mano...la mano...
Me viene a la mente como si todavía la tuviera, y solo con recordar su piel, oh su piel , me estremezco, pero aquí no puedo pensar. Ya no sé que va a ser de mí, porque aunque estoy condenado a muerte ya estoy muerto, pues sin ella, sin mi mano, no soy nada, y me diluyo coma el viento en la mañana. como la lluvia en el desierto. No soy nada. Mi mano... Si por algo más que un amor, otros como yo mataron, y destruyeron, y realizaron actos de increible crueldad, ¿qué no haría yo por esa mano?
Pero... ya lo hice, y por ello me pudro en esta oscuridad malsana. Mi vida no tiene sentido, y escribo estas últimas palabras en la sucia pared de mi celda, como el incompleto testamento de un hombre enamorado. Pero, Dios del Cielo, ¿es pecado amar una mano, y asesinar por tenerla? Ya se acercan los carceleros y ya llega mi hora...me reuniré con la mujer a la que corté la mano y asesiné solo por amor...por su mano...la mano...
Moscas
David Rosero Enríquez
Esta mañana me incomodó una mosca que entró de repente en la habitación. Armado de aquel matamoscas que tantas veces me ha permitido descargar mi fastidio hacia ellas cuando irrumpen zumbando en mi cuarto y fastidian mi privacidad, me dirigí, velozmente, hacia la ventana y, de un golpe certero sobre el cristal, pude deshacerme de ella… Mi mirada se detuvo en la pequeña figura que, desorientada y solitaria, caminaba sobre los cristales de la ventana antes de morir.
Por unos segundos, me vino un escalofrío al recordar lo vivido días atrás por un amigo al que rescaté de una horrible pesadilla.
Cuando Gilberto llegaba al pequeño cuarto de alquiler que había conseguido en el barrio América hacía pocos meses, siempre se encontró con un ambiente pesado. Al entrar en la casa, sus largos, oscuros y fríos corredores despedían un extraño olor a encierro. Le llamaba la atención que en el trayecto hacia su cuarto, siempre revoloteaban a su alrededor, varias moscas grandes, negras, bastante torpes y pesadas, que se congregaban a los lados de las cuarteadas y húmedas paredes. Un día cruzó la puerta del pequeño cuarto de estudiante, dejó las pocas compras sobre la improvisada mesa que hacía las veces de escritorio y sacando el tarro de insecticida comenzó a vaciarlo con toda su furia apuntando a todo lo que a su paso revoloteaba.
Muchas moscas caían ante los chorros disparados desde el pulverizador, sin embargo, no parecían tener fin. El lugar por el que penetraban se hizo evidente cuando descubrió junto a la entrada del pequeño cuarto un orificio en el que se arremolinaba una masa de muchas de ellas; el agujero se comunicaba con una esquina de la habitación que daba a un pequeño patio lleno de escombros, separado tan solo por una roída mampara. Desesperado, disparó varios chorros de veneno dentro de aquella entrada.
¡Error! Fue el comienzo del fin.
Decenas de ellas, comenzaron a lanzarse al exterior de su madriguera chocando con cuadros, lámparas y cristales de las ventanas que daban al pequeño patio; ni siquiera el pedazo de madera que servía de tapa al hueco por donde salían evitaba que formaran un nubarrón dentro de la casa. Misteriosamente, la puerta se cerró con violencia, Gilberto entre gritos, tenía que dar manotazos al aire para impedir sus ataques desesperados. Me contó que, incluso, alcanzó a oír una risa satírica que se alejaba presurosamente por las escaleras de la vieja casa.
Los zumbidos enloquecedores crecían en la habitación, las moscas se arremolinaban enloquecidas con cada segundo que pasaba y el líquido del recipiente se extinguía. En ocasiones, éstas se estrellaban en su cara, se enredaban en su pelo mientras que cientos giraban en el piso agonizantes.
Ahora, con el recipiente ya vacío, ensayaba golpes al aire tratando de llegarle al menos a alguna de ellas, pero la extraña batalla parecía no tener fin.
Lleno de angustia se lanzó con movimientos bruscos hasta la pequeña puerta revestida de remiendos de maderas y clavos retorcidos. Era como si la nube de horrorosas moscas pegadas a su cuerpo hubiera moldeado una masa humana que ahora, casi impotente, buscaba una salida; sus manos llenas de moscas llegaron hasta el picaporte sin poder conseguir abrir la puerta, pues, la llave atascada en la cerradura, con el maniobrar angustiado, se ablandó hasta romperse.
El piso de madera que, con esmero, había limpiado y lustrado esa mañana para recibir a una visita, tan solo reflejaba el horror de una figura desesperada que retrocedía hasta la esquina del pequeño cuartucho donde sentía que las paredes se juntaban haciendo más angustiosa su salida mientras todo parecía indicar que hasta su respiración en algún momento acabaría.
Así como apretaba el pedazo de metal de la llave rota con su índice y pulgar derecho, así hubiese querido aplastar una a una a todas sus enemigas que incluso invadieron la luz del cuarto y ahora su interior, mas, con sus ojos cerrados y las manos abiertas, se cubrió la cara, se dejó caer de rodillas mientras que con sus dedos apretando sus oídos trataba de apagar los taladrantes zumbidos que parecían crecer cada vez más y más.
Casi derrotado, arrodillado e impotente, miró con angustia como salían unas extrañas criaturas por las rendijas del entablado del solitario y viejo cuarto de alquiler; casi por instinto, corrió hacia la cocina, abrió las perillas haciendo que el gas saliera copiosamente de las hornillas. Como pudo, se las quitaba de su rostro y manos hasta que con desesperación pudo prender una gran bocanada de fuego que al elevarse por los aires chamuscó a muchas de ellas. Ahora, sudoroso y asustado, permanecía cerca de su cocineta de gas buscando refugio junto al fuego que con ansia trataba de mantener vivo. Comenzó a alimentar el fuego con todo lo que tenía a su alcance mientras veía como se extinguía: su ropa, libros y hasta el poco dinero guardado en uno de ellos para completar uno de los alquileres atrasados.
De pronto, la sombra siniestra que furiosamente se agitaba comienza a quedarse quieta, callada. Ese ruido ensordecedor da paso al silencio, mientras las extrañas criaturas comienzan a retroceder misteriosamente y a desaparecer entre las ranuras del viejo entablado a medida que las múltiples moscas sobrevivientes de esta extraña batalla pelean entre ellas por escurrirse buscando la oscuridad por entre los espacios del piso de la casa. Ahora, solo se escuchan algunos golpes cada vez más fuertes en la vieja puerta. Sin poder gritar, presa del pánico, corre desesperado hacia la puerta y con todo lo que le queda de fuerzas golpea con sus puños cerrados mientras siente que sus sentidos lo abandonan al momento que cae de bruces sobre el piso.
Abrí la puerta por fuera y al entrar, pude observar entre la humareda que se despedía densa desde adentro, el cuerpo semidesnudo de Gilberto que permanecía tirado sobre una extraña alfombra hecha de miles y miles de moscas que yacían inertes sobre el piso. Ventajosamente, sin dificultad, pude sacarlo y trasladarlo a un centro de reposo donde aún se recupera.
Al salir de esa casa, a lo lejos, en una ventana del segundo piso, pude observar a una mujer anciana de aspecto apergaminado, de traje oscuro y burlona sonrisa, que acariciaba un mugriento cartel colgado en uno de los vidrios de la ventana; decía: “Alquilo cuarto para estudiante”. La policía identificó en el cartel elementos de materia viva y, en el pequeño patio junto al cuarto de Gilberto, enterradas algunas partes de cuerpos , probablemente, de algunos inquilinos a quienes la demencial anciana habría sepultado algún tiempo atrás.
Por unos segundos, me vino un escalofrío al recordar lo vivido días atrás por un amigo al que rescaté de una horrible pesadilla.
Cuando Gilberto llegaba al pequeño cuarto de alquiler que había conseguido en el barrio América hacía pocos meses, siempre se encontró con un ambiente pesado. Al entrar en la casa, sus largos, oscuros y fríos corredores despedían un extraño olor a encierro. Le llamaba la atención que en el trayecto hacia su cuarto, siempre revoloteaban a su alrededor, varias moscas grandes, negras, bastante torpes y pesadas, que se congregaban a los lados de las cuarteadas y húmedas paredes. Un día cruzó la puerta del pequeño cuarto de estudiante, dejó las pocas compras sobre la improvisada mesa que hacía las veces de escritorio y sacando el tarro de insecticida comenzó a vaciarlo con toda su furia apuntando a todo lo que a su paso revoloteaba.
Muchas moscas caían ante los chorros disparados desde el pulverizador, sin embargo, no parecían tener fin. El lugar por el que penetraban se hizo evidente cuando descubrió junto a la entrada del pequeño cuarto un orificio en el que se arremolinaba una masa de muchas de ellas; el agujero se comunicaba con una esquina de la habitación que daba a un pequeño patio lleno de escombros, separado tan solo por una roída mampara. Desesperado, disparó varios chorros de veneno dentro de aquella entrada.
¡Error! Fue el comienzo del fin.
Decenas de ellas, comenzaron a lanzarse al exterior de su madriguera chocando con cuadros, lámparas y cristales de las ventanas que daban al pequeño patio; ni siquiera el pedazo de madera que servía de tapa al hueco por donde salían evitaba que formaran un nubarrón dentro de la casa. Misteriosamente, la puerta se cerró con violencia, Gilberto entre gritos, tenía que dar manotazos al aire para impedir sus ataques desesperados. Me contó que, incluso, alcanzó a oír una risa satírica que se alejaba presurosamente por las escaleras de la vieja casa.
Los zumbidos enloquecedores crecían en la habitación, las moscas se arremolinaban enloquecidas con cada segundo que pasaba y el líquido del recipiente se extinguía. En ocasiones, éstas se estrellaban en su cara, se enredaban en su pelo mientras que cientos giraban en el piso agonizantes.
Ahora, con el recipiente ya vacío, ensayaba golpes al aire tratando de llegarle al menos a alguna de ellas, pero la extraña batalla parecía no tener fin.
Lleno de angustia se lanzó con movimientos bruscos hasta la pequeña puerta revestida de remiendos de maderas y clavos retorcidos. Era como si la nube de horrorosas moscas pegadas a su cuerpo hubiera moldeado una masa humana que ahora, casi impotente, buscaba una salida; sus manos llenas de moscas llegaron hasta el picaporte sin poder conseguir abrir la puerta, pues, la llave atascada en la cerradura, con el maniobrar angustiado, se ablandó hasta romperse.
El piso de madera que, con esmero, había limpiado y lustrado esa mañana para recibir a una visita, tan solo reflejaba el horror de una figura desesperada que retrocedía hasta la esquina del pequeño cuartucho donde sentía que las paredes se juntaban haciendo más angustiosa su salida mientras todo parecía indicar que hasta su respiración en algún momento acabaría.
Así como apretaba el pedazo de metal de la llave rota con su índice y pulgar derecho, así hubiese querido aplastar una a una a todas sus enemigas que incluso invadieron la luz del cuarto y ahora su interior, mas, con sus ojos cerrados y las manos abiertas, se cubrió la cara, se dejó caer de rodillas mientras que con sus dedos apretando sus oídos trataba de apagar los taladrantes zumbidos que parecían crecer cada vez más y más.
Casi derrotado, arrodillado e impotente, miró con angustia como salían unas extrañas criaturas por las rendijas del entablado del solitario y viejo cuarto de alquiler; casi por instinto, corrió hacia la cocina, abrió las perillas haciendo que el gas saliera copiosamente de las hornillas. Como pudo, se las quitaba de su rostro y manos hasta que con desesperación pudo prender una gran bocanada de fuego que al elevarse por los aires chamuscó a muchas de ellas. Ahora, sudoroso y asustado, permanecía cerca de su cocineta de gas buscando refugio junto al fuego que con ansia trataba de mantener vivo. Comenzó a alimentar el fuego con todo lo que tenía a su alcance mientras veía como se extinguía: su ropa, libros y hasta el poco dinero guardado en uno de ellos para completar uno de los alquileres atrasados.
De pronto, la sombra siniestra que furiosamente se agitaba comienza a quedarse quieta, callada. Ese ruido ensordecedor da paso al silencio, mientras las extrañas criaturas comienzan a retroceder misteriosamente y a desaparecer entre las ranuras del viejo entablado a medida que las múltiples moscas sobrevivientes de esta extraña batalla pelean entre ellas por escurrirse buscando la oscuridad por entre los espacios del piso de la casa. Ahora, solo se escuchan algunos golpes cada vez más fuertes en la vieja puerta. Sin poder gritar, presa del pánico, corre desesperado hacia la puerta y con todo lo que le queda de fuerzas golpea con sus puños cerrados mientras siente que sus sentidos lo abandonan al momento que cae de bruces sobre el piso.
Abrí la puerta por fuera y al entrar, pude observar entre la humareda que se despedía densa desde adentro, el cuerpo semidesnudo de Gilberto que permanecía tirado sobre una extraña alfombra hecha de miles y miles de moscas que yacían inertes sobre el piso. Ventajosamente, sin dificultad, pude sacarlo y trasladarlo a un centro de reposo donde aún se recupera.
Al salir de esa casa, a lo lejos, en una ventana del segundo piso, pude observar a una mujer anciana de aspecto apergaminado, de traje oscuro y burlona sonrisa, que acariciaba un mugriento cartel colgado en uno de los vidrios de la ventana; decía: “Alquilo cuarto para estudiante”. La policía identificó en el cartel elementos de materia viva y, en el pequeño patio junto al cuarto de Gilberto, enterradas algunas partes de cuerpos , probablemente, de algunos inquilinos a quienes la demencial anciana habría sepultado algún tiempo atrás.
Fabricio hacía su ronda. Como ya era muy tarde, casi la medianoche, aquella parte del Hospital estaba silenciosa y desolada. Le parecía algo inútil vigilar esa parte del Hospital; pero como era su trabajo, recorría una y otra vez aquellos pasillos tan
inquietantes.
Repentinas corrientes de aire recorrían el lugar; y tanto abrían como cerraban una puerta de golpe. “Puertas mal diseñadas, pestillos muy cortos y muy sensibles” Fabricio siempre le encontraba una explicación, quería creer que era sólo eso; de otra forma no podría recorrer aquellos pasillos solitarios , aterradores.
Llegó a una parte donde acostumbraba volverse. Más adelante había una habitación vacía, en donde había escuchado ruidos que desafiaban sus explicaciones. Siempre que podía, evitaba cruzar frente a ella, se volvía antes.
Esa noche no pudo: escuchó un portazo a sus espaldas, y que dos personas conversaban.
Era un par de doctores. Fabricio continuó sin voltear. A pocos pasos de la puerta miró hacia atrás, los doctores ya se habían retirado.
Tuvo la intención de volverse; pero quedó parado en el lugar. No podía seguir teniendo miedo a una habitación vacía. Decidió hacer lo que nunca había hecho; mirar el interior de la habitación.
Sacó su Llave Maestra y la abrió. Cuando entró y encendió la luz, vio algo que le puso los pelos de punta, un escalofrío le subió por la columna.
Sobre una Mesa larga, estaba el cuerpo despellejado de un hombre: No tenía piel y en algunas partes los músculos estaban separados de los huesos.
- ¿Qué está haciendo aquí? - escuchó Fabricio detrás de él. Se volvió con un grito.
Un Doctor estaba en la Puerta - ¿Qué hace aquí? - preguntó nuevamente.
- ¡Ufff…! ¡Que susto que me dio! - dijo Fabricio, enseguida pensó en una excusa.
- Escuché un ruido y entré a revisar - le respondió. No era del todo mentira, otras noches si había escuchado ruidos.
- Tal vez el ruido vino de otro lado - dijo el Doctor - Le aseguro que ése que está ahí ya no hace ruidos; es un cuerpo disecado, lo usan los internistas para estudiarlo.
- Sí, me habré equivocado, no vuelvo a entrar aquí.
El Médico asintió con la cabeza y se marchó. Fabricio apagó la luz, y cuando estaba cruzando el umbral, escuchó una serie de crujidos. Al voltear, alcanzó a ver en la oscuridad, que el hombre disecado había levantado la cabeza y miraba rumbo a él.
Cerró de un portazo y le echó Llave.
Los muertos que no están en un cementerio no descansan: Ya sea que sus restos estén en algún lugar agreste, fosa sin nombre, o mesa de Hospital.
inquietantes.
Repentinas corrientes de aire recorrían el lugar; y tanto abrían como cerraban una puerta de golpe. “Puertas mal diseñadas, pestillos muy cortos y muy sensibles” Fabricio siempre le encontraba una explicación, quería creer que era sólo eso; de otra forma no podría recorrer aquellos pasillos solitarios , aterradores.
Llegó a una parte donde acostumbraba volverse. Más adelante había una habitación vacía, en donde había escuchado ruidos que desafiaban sus explicaciones. Siempre que podía, evitaba cruzar frente a ella, se volvía antes.
Esa noche no pudo: escuchó un portazo a sus espaldas, y que dos personas conversaban.
Era un par de doctores. Fabricio continuó sin voltear. A pocos pasos de la puerta miró hacia atrás, los doctores ya se habían retirado.
Tuvo la intención de volverse; pero quedó parado en el lugar. No podía seguir teniendo miedo a una habitación vacía. Decidió hacer lo que nunca había hecho; mirar el interior de la habitación.
Sacó su Llave Maestra y la abrió. Cuando entró y encendió la luz, vio algo que le puso los pelos de punta, un escalofrío le subió por la columna.
Sobre una Mesa larga, estaba el cuerpo despellejado de un hombre: No tenía piel y en algunas partes los músculos estaban separados de los huesos.
- ¿Qué está haciendo aquí? - escuchó Fabricio detrás de él. Se volvió con un grito.
Un Doctor estaba en la Puerta - ¿Qué hace aquí? - preguntó nuevamente.
- ¡Ufff…! ¡Que susto que me dio! - dijo Fabricio, enseguida pensó en una excusa.
- Escuché un ruido y entré a revisar - le respondió. No era del todo mentira, otras noches si había escuchado ruidos.
- Tal vez el ruido vino de otro lado - dijo el Doctor - Le aseguro que ése que está ahí ya no hace ruidos; es un cuerpo disecado, lo usan los internistas para estudiarlo.
- Sí, me habré equivocado, no vuelvo a entrar aquí.
El Médico asintió con la cabeza y se marchó. Fabricio apagó la luz, y cuando estaba cruzando el umbral, escuchó una serie de crujidos. Al voltear, alcanzó a ver en la oscuridad, que el hombre disecado había levantado la cabeza y miraba rumbo a él.
Cerró de un portazo y le echó Llave.
Los muertos que no están en un cementerio no descansan: Ya sea que sus restos estén en algún lugar agreste, fosa sin nombre, o mesa de Hospital.
Publicado por Jorge Leal
Yo se lo que te asusta
Alan López
Decía ser una persona sin miedo alguno. Para mi el mayor de los temores no significaba nada como es la muerte. Sigue sin significarme nada. Hoy me veo aquí, acostado y desesperado pese a un extraño encierro. Solo puedo ver por un pequeño vidrio hacia el cielo. Escuchó llantos y susurros en un ambiente frió y sombrío. Petrificado miro lo poco que me rodea y como a través de ese vidrio desciendo lentamente mientras palas sincronizadas dejaban caer tierra sobre mi. Una reacción de escalofrió me hizo golpear y gritar hacia todos lados de lo que muy confusa y real seria el entierro de mi presunta muerte. Esos llantos de dolor que anteriormente había escuchado fueron opacados por los míos llenos de miedo y desesperación. Nadie parecía escucharme. Resignado veía como por ese pequeño vidrio la tierra apagaba la luz. Sin fuerzas por la bruma del dolor di mi último grito que se perdió en lo oscuro de lo que increíblemente podría decir, mi ataúd. Volví a despertar con lágrimas en lo que era mi habitación. Feliz de que solo hubiese sido un horrible sueño. Mi orgullo fue lo demasiados grande como para no contar nada aunque mi madre se dio cuenta y me dijo en tono de gracia: “- Yo se lo que te asusta. Firma: La pesadilla -“. Una respuesta tan certera pensaba mientras desayunaba. Al atardecer mientras volvía de la escuela recibo un mensaje en mi celular de mi madre. Al leer ese mensaje hubiera querido que sea otra de las burlas que caracterizan a mi divertida madre y no un regaño que me hizo caer el celular del miedo. “ Hijo donde anduviste metido? Me costo una vida sacar la tierra de tus sabanas”. |
Wilmar no sabía porqué lo hacia, lo único que tenía claro era que le gustaba matar gente.
Una noche, se las ingenió para abrir la ventana de un hogar. Con mucho sigilo, fue revisando las habitaciones de la Casa. Primero escuchaba pacientemente, después abría la puerta con el mayor de los cuidados.
Por lo que alcanzó a distinguir en la penumbra, en aquel hogar vivía una sola persona.
Por debajo de la puerta de uno de los cuartos, vio algo de luz, y escuchó que alguien roncaba. Abrió la puerta lentamente y espió. Allí estaba la dueña de la Casa: Estaba durmiendo en un Sillón, era una anciana, sobre la falda tenía un par de agujas de tejer y una prenda de lana a medio terminar.
La anciana se había dormido mientras tejía. Antes de apuñalarla, Wilmar la despertó; le gustaba ver el terror que le causaba a sus víctimas. Hecho su “Trabajo” salió de la Casa.
Durante la madrugada siguiente, Wilmar, mientras estaba acostado en su cama, escuchó un tintineo metálico, era un sonido débil, apenas audible.
Encendió la luz y buscó en la habitación.
- ¿De dónde viene ese maldito ruido? - maldijo Wilmar mientras buscaba.
De repente se le ocurrió algo: “Las agujas de tejer” pensó. Sabía que ya había escuchado un sonido similar, sonaba igual a cuando su Madre tejía. Entonces recordó a la anciana de la noche pasada, y a las agujas que tenía sobre su falda.
Ahora él sentía miedo, y no era agradable, no era divertido como cuando lo sentían sus víctimas.
El sonido fue aumentando. Parecía venir de todos lados y de ninguna parte.
Cada vez era más claro; dos agujas metálicas chocando entre si, chirriando al rozar una con otra.
Wilmar se acostó y se cubrió las orejas con la Almohada. Estuvo así largo rato. Cuando se destapó las orejas, con la esperanza de que el ruido hubiera parado, sus ojos se abrieron hasta casi desorbitarse, a la vez que habría la boca y dejaba escapar un quejido. Sus manos se aferraron a las sábanas y comenzó a patalear. Una Aguja, fría y aguda, penetraba lentamente por su oído, perforando tímpano, hueso, y cerebro.
Una noche, se las ingenió para abrir la ventana de un hogar. Con mucho sigilo, fue revisando las habitaciones de la Casa. Primero escuchaba pacientemente, después abría la puerta con el mayor de los cuidados.
Por lo que alcanzó a distinguir en la penumbra, en aquel hogar vivía una sola persona.
Por debajo de la puerta de uno de los cuartos, vio algo de luz, y escuchó que alguien roncaba. Abrió la puerta lentamente y espió. Allí estaba la dueña de la Casa: Estaba durmiendo en un Sillón, era una anciana, sobre la falda tenía un par de agujas de tejer y una prenda de lana a medio terminar.
La anciana se había dormido mientras tejía. Antes de apuñalarla, Wilmar la despertó; le gustaba ver el terror que le causaba a sus víctimas. Hecho su “Trabajo” salió de la Casa.
Durante la madrugada siguiente, Wilmar, mientras estaba acostado en su cama, escuchó un tintineo metálico, era un sonido débil, apenas audible.
Encendió la luz y buscó en la habitación.
- ¿De dónde viene ese maldito ruido? - maldijo Wilmar mientras buscaba.
De repente se le ocurrió algo: “Las agujas de tejer” pensó. Sabía que ya había escuchado un sonido similar, sonaba igual a cuando su Madre tejía. Entonces recordó a la anciana de la noche pasada, y a las agujas que tenía sobre su falda.
Ahora él sentía miedo, y no era agradable, no era divertido como cuando lo sentían sus víctimas.
El sonido fue aumentando. Parecía venir de todos lados y de ninguna parte.
Cada vez era más claro; dos agujas metálicas chocando entre si, chirriando al rozar una con otra.
Wilmar se acostó y se cubrió las orejas con la Almohada. Estuvo así largo rato. Cuando se destapó las orejas, con la esperanza de que el ruido hubiera parado, sus ojos se abrieron hasta casi desorbitarse, a la vez que habría la boca y dejaba escapar un quejido. Sus manos se aferraron a las sábanas y comenzó a patalear. Una Aguja, fría y aguda, penetraba lentamente por su oído, perforando tímpano, hueso, y cerebro.
Publicado por Jorge Leal
El Ultimo Pasajero
Skalader
Por aquel tiempo me ganaba la vida tansportando a las personas de un lugar a otro en mi pequeño vehiculo marca chevrolet. No era algo que me fascinara sin embargo no tenia mas alternativa; tenia 52 años y hacia 2 que me habian exiliado de mi trabajo en una compañia que fabricaba taladros.Me habia desempeñado como empleado de la empresa algun tiempo antes de la fatal decision que tomaron en mi contra. Bueno, poco despues decidi empezar con esta poco fructifera manera de mantener a mi familia.Era un servicio sacrificado, sin duda, el hecho de pasarte casi todo el dia sentado frente al volante, con el ensordecedor ruido de los claxons,los excentricos pasajeros, en fin aquella no era mi vida. Un dia abordaron abordaron a mi auto una pareja de esposos de avanzada edad, me pidieron que los llevase a una hacienda que se hallaba unos 30km fuera de la ciudad, era un lugar bastante alejado y remoto.Para llegar ahi se debia atravezar primero una amplia carretera de doble sentido que daba directo al lugar solicitado.Eran casi las 7:00 pm, en otras circunstancias no hubiera aceptado la carrera, pero el dia no habia sido bueno en lo se referia al sustento material asi que acepte llevarlos por un alto precio. Llegamos a la hacienda a las 11:00pm. Me di cuenta, que de no ser por las pequeñisimas casitas que se divisaban, hubiera creido que el lugar estaba totalmente deshabitado.Luego del pago de la cuantiosa suma de dinero, me dispuse a regresar a la civilizacion; algo que me tomaria unas 2 horas tomando en cuenta que a esas horas aquellos territorios se hallaban libres de tansito vehicular. Si tenia suerte probablente me encontraria en el camino copn algun cliente desesperado en llegar a la ciudad, aunque yo no creia en la suerte. En fin, las cosas se dan cuando uno menos las espera. Ya habia pasado cerca de 1:00 desde que comenze el viaje de regreso, los ojos ya me empezaban a pesar debido al cansancio y en eso oh sorpresa una figura larga y negra a primera vista, al lado derecho de la pista que me hacia señas para que me deuviera alzando lo que parecian ser dos brazos, en forma vertical apuntando al cielo estrellado.Dude en hacercarme, era realmente extraño que una persona completamente sola se encontrara en medio de la carretera a esas horas, peromientras mas me hacercaba,masme compadecia de aquel pobre ser. Cuando me hallaba a unos 10mtros de distancia el sujeto bajo los brazos y no tuve opcion me detuve. Hubiera sido la peor escoria del mundo de haberme pasado de largo; despues de todo en el fondo yo era un buen tipo. Era obvio que aquel indiduo unicamente tenia un destino; llegar a la ciudad a si que directamente me estacione de modo que el asiento trasero se ubicara a su altura.El tipo abrio la puerta y abordo el auto.Jamas vi un sujeto que hiciera mejor el papel de incognita como el; estaba completamente cubierto con un abrigo negro y en la cabeza llevaba un sombrero negro de fieltro de alas anchas y copa regular que me parecio databa del siglo pasado.Eraextraño el hecho de que mientras el sujeto aun no habia subido al auto la temperatura se habia mantenido estable, calida; desde el momento en que se sento al lado de la ventanilla el clima cambio radicalmente, habian bajado por lo menos 10 grados. Me percate de esto al instante. Reinicie el viaje esperando que se acabara cuanto antes. Oia su respiracion fuerte y lenta era escalofriante, me pregunte si estaria mal de salud,pero no me atrevia a hablarle. Disimuladamente movi mi espejo retrovisor para enfocar su rosto haciendome tenebrosas especulaciones, sin embargo son saco cubria parte de su cara con lo que solo alcanze a divisar dos ojos desorbitados y que miraban directamente los mios. Haci nos quedamos casi un segundo ,luego de que yo cambiara el rumbo de mi vista.Estaba atemorizado al ver sus ojos pude darme cuenta de que estaba grave.Me atrevi a hablarle le dije:¿se encuentra bien ? le dije, pero el tipo ni se inmuto.Seguro que no puede hablar me dije. Segui conduciendo inquieto, mientras me hacercaba mas a la ciudad, ya podia ver las luces nocturnas y eso me tranquilizaba. A la 1:22 mi vehiculo alcanzo la ciudad, esperaba algun sonido de mi cliente que me indicara donde dejarlo, pero no dijo nada solo aquella respiracion profunda que me hacia pensar en su salud. Y de pronto un sonido de ultratumba que invadio el auto.Instintivamente voltie a mirar al sujeto pero mi sorpresa fue enorme al no encontrarlo sentado en el lugar que habia ocupado.Detuve el auto en seco.Por instante pense que se habia esfumado pero luego supese que se habia resbalado del asiento.Gire el torso para mirar su cuerpo caido pero no estaba ahi. Baje del auto, la puerta trsera estaba cerrada ¿Pudo haber bajado del auto en movimiento? lo dude mucho y sobre todo en su estado. Revise el auto por completo, luego mire al frente, me encontraba justamente en laentrada del cementerio dela ciudad. Mi cuerpo temblo;subi al auto y me aleje rapido pensando en lo que habia sucedido. Mi mente estaba paralizada. Conducia mi auto sin darme cuenta del recorrido que tomaba. Decididamente se trataba de un hecho paranormal, misterioso, un hecho detectivesco. No me atrevia a mirar a la parte trasera del auto por temor a que se apareciera de pronto entre las sombras. Al llegar a mi hogar eran casi las 3:00 am, mi esposa dormia placidamente de modo que retuve mis deseos de narrarle mi truculenta experiencia con mi excentrico cliente de ultratumba, asi que me devesti y me acoste, recordando y tratando de dar una explicacion logica a aquella extraña desaparicion. Me dormi, aunque no dejaba de estar alerta, en mis sueños, tuve una mala noche con sobresaltos y pesadillas. Al amanecer, me sentia mas tranquilo y decidi tomarme el dia libre. Mi mente me atrajo hacia mi auto, me dirigi hacia el con paso vacilante, abri la puerta trasera y mi sorpresa fue grande al mirar hacia abajo. No, no era el cuerpo de ultimo pasajero, era su retribucion por el favor que le habia dado al transportarlo al cementerio. Varias monedas derramadas, algunas en el asiento, todas bastante antiguas, de otros tiempos pasados. Era mi paga por el servicio.... |
“Se salvó de milagro” comentaban los doctores que lo atendieron. Camilo sufrió un grave accidente automovilístico. Volvió a tener conciencia varios días después.
Lentamente las sensaciones y los sentidos regresaron a él. Lo primero que escuchó fue la conversación de dos mujeres que hablaban cerca de él; dos enfermeras.
- ¡Pobre hombre! ¡Bueno! Dentro de todo tuvo suerte; pero cuando se entere que…
- ¡No siguas! - la interrumpió la otra Enfermera - Creo que está despierto.
- ¿Dónde estoy? - murmuró Camilo - ¿Porqué no veo?
- Está en un Hospital - le contestó una de las enfermeras - Usted sufrió un accidente.
No puede ver porqué le aplicaron injertos de piel en la cara; en unos días le sacan el vendaje y entonces podrá ver, sus ojos están bien. A primera hora de la mañana viene el Doctor, él le va a informar más sobre su estado. Ahora trate de descansar.
- ¿Qué hora es? - preguntó Camilo.
- Son las ocho de la noche. Ahora trate de descansar.
Escuchó los pasos de las enfermeras alejándose, después que se habría la puerta, y seguidamente la cerraban con cuidado.
No podía ver ni moverse, y al estar bajo los efectos de calmantes, dormía y se despertaba en intervalos. En uno de los momentos en que había despertado, sintió que una mano le aferraba el brazo derecho. Le pareció que era una mano bastante pequeña;
la de una enfermera, supuso.
- ¿Quién está ahí? - preguntó Camilo. Enseguida sintió como la mano le soltaba.
No le respondieron. Después de unos segundos sintió nuevamente el contacto de aquellos dedos fríos y pequeños, rozando su brazo derecho; acariciándolo desde el codo hasta su mano. Luego sintió que le rascaban el brazo, como haciéndole cosquillas.
intentó apartar el brazo pero no podía moverlo, estaba paralizado.
Comenzó a sentir cada vez más terror: no sabía quién estaba a su lado, o qué estaba a su lado; jugando con su brazo derecho.
Finalmente se desvaneció. Volvió en si al escuchar la voz de un hombre que intentaba despertarlo.
- ¡Camilo! Bien, veo que ya despertó. Soy el Doctor González. Bien, eh…le quería informar que, debido a sus lesiones…
- ¿Quién estaba aquí? - le preguntó Camilo - Había alguien, me agarraba el brazo derecho.
- Usted estuvo solo, aquí no había nadie, las enfermeras no se quedan en las habitaciones.
Usted debió sonarlo, nadie le tomó el brazo…
- ¡Le digo que aquí había alguien! Estaba jugando con mi brazo derecho.
- Camilo; eso es imposible: Le amputamos todo el brazo derecho el mismo día del accidente.
Lentamente las sensaciones y los sentidos regresaron a él. Lo primero que escuchó fue la conversación de dos mujeres que hablaban cerca de él; dos enfermeras.
- ¡Pobre hombre! ¡Bueno! Dentro de todo tuvo suerte; pero cuando se entere que…
- ¡No siguas! - la interrumpió la otra Enfermera - Creo que está despierto.
- ¿Dónde estoy? - murmuró Camilo - ¿Porqué no veo?
- Está en un Hospital - le contestó una de las enfermeras - Usted sufrió un accidente.
No puede ver porqué le aplicaron injertos de piel en la cara; en unos días le sacan el vendaje y entonces podrá ver, sus ojos están bien. A primera hora de la mañana viene el Doctor, él le va a informar más sobre su estado. Ahora trate de descansar.
- ¿Qué hora es? - preguntó Camilo.
- Son las ocho de la noche. Ahora trate de descansar.
Escuchó los pasos de las enfermeras alejándose, después que se habría la puerta, y seguidamente la cerraban con cuidado.
No podía ver ni moverse, y al estar bajo los efectos de calmantes, dormía y se despertaba en intervalos. En uno de los momentos en que había despertado, sintió que una mano le aferraba el brazo derecho. Le pareció que era una mano bastante pequeña;
la de una enfermera, supuso.
- ¿Quién está ahí? - preguntó Camilo. Enseguida sintió como la mano le soltaba.
No le respondieron. Después de unos segundos sintió nuevamente el contacto de aquellos dedos fríos y pequeños, rozando su brazo derecho; acariciándolo desde el codo hasta su mano. Luego sintió que le rascaban el brazo, como haciéndole cosquillas.
intentó apartar el brazo pero no podía moverlo, estaba paralizado.
Comenzó a sentir cada vez más terror: no sabía quién estaba a su lado, o qué estaba a su lado; jugando con su brazo derecho.
Finalmente se desvaneció. Volvió en si al escuchar la voz de un hombre que intentaba despertarlo.
- ¡Camilo! Bien, veo que ya despertó. Soy el Doctor González. Bien, eh…le quería informar que, debido a sus lesiones…
- ¿Quién estaba aquí? - le preguntó Camilo - Había alguien, me agarraba el brazo derecho.
- Usted estuvo solo, aquí no había nadie, las enfermeras no se quedan en las habitaciones.
Usted debió sonarlo, nadie le tomó el brazo…
- ¡Le digo que aquí había alguien! Estaba jugando con mi brazo derecho.
- Camilo; eso es imposible: Le amputamos todo el brazo derecho el mismo día del accidente.
Publicado por Jorge Leal
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